Por Juan Colón Castillo
Maravillado por la belleza y el valor histórico de Segovia, recorrí sus calles acompañado de mis queridos anfitriones José María y Pilar Muñoz, junto a los entrañables amigos Luz, Chelo, Helena y Fernando. Cada rincón de esta ciudad castellana guarda el pulso vivo de los siglos, el eco de los imperios y la quietud dorada de la piedra que resiste al tiempo.
El majestuoso Acueducto de Segovia, declarado Patrimonio de la Humanidad, se alza como una de las obras más prodigiosas del mundo antiguo. Fue construido a comienzos del siglo II d. C., entre los reinados de Trajano y Adriano, durante la grandeza del Imperio Romano. Su presencia imponente, levantada sin argamasa, aún conduce la memoria del agua y la admiración de quienes lo contemplan.
El recorrido continuó hasta el imponente Alcázar de Segovia, primera residencia de los reyes de Castilla. Desde su Torre del Homenaje se custodiaba el tesoro de la Corona, del cual salieron los fondos que hicieron posible el primer viaje de Cristóbal Colón hacia el Nuevo Mundo. Su silueta, suspendida entre la historia y el mito, inspiró siglos más tarde a Walt Disney para concebir el famoso castillo de Blancanieves.
El viaje concluyó con una experiencia gastronómica memorable en el bar restaurante El Soportal, hornos de asar, en el encantador castillo de Pedraza. Allí degustamos un almuerzo típico segoviano: judiones, cordero asado y ponche segoviano, exquisito postre que resume la dulzura y el arte culinario de esta tierra.
Segovia, ciudad de piedra y alma, deja en quien la visita la sensación de haber conversado con la historia misma.




